domingo, 15 de mayo de 2011

M

M. K. HUME

—Tú mira al bebé, querida —interrumpió Cleto—. ¿Qué hombre no querría a un muchacho tan fuerte en su familia? Myrddion es un niño precioso. —Sonrió con arrobo y la criatura recompensó a su tío con una radiante sonrisa, mientras las dos mujeres miraban al corpulento granjero con apenas disimulada incredulidad—. ¿Qué pasa? ¿He dicho algo raro?
—Solo coincidiste con mi padre una vez, pero sin duda comprendiste, quizá cuando te cortó la oreja, que no es demasiado sentimental. Le dará igual el aspecto del pequeño Myrddion. —Fillagh dio un pequeño tirón a los restos de la oreja de su marido.

(Cleto y Fillagh, Batalla de Reyes, M. K. Hume)

Olwyn envolvió a su nieto con los brazos una vez más y oyó el minúsculo suspiro de comodidad y aceptación de Myrddion.
—Conque ya lo ves, cariño, no es culpa tuya. Un hombre malo te hizo, pero yo también, y Branwyn, y el abuelo Melvig, que es rey. Y, al principio de todo, la abuela Ceridwen, que vino con la Madre y sus serpientes para demostrar lo mucho que te querían las dos. Mira en el agua y ve lo que hay de verdad, no lo que otros te dicen que veas. Nunca olvides, mi pequeño, mirar debajo de la superficie y no juzgar a nadie por lo que se dice de él. Lo que hacemos y lo que somos es lo que cuenta.
Así aprendió Myrddion su primera y más importante lección, mientras Olwyn conjuraba las consecuencias más espantosas de la mentira que se escondía en el corazón del nacimiento del niño.

(Olwyn, Batalla de Reyes, M. K. Hume)

—¿Eres valiente, joven Myrddion? ¿Debo darte jugo de adormidera? ¿O puedes aguantar firme mientras cauterizo este corte? No sé si la cuchilla que te lo ha hecho estaba limpia, pero me temo que, si la tenía un chaval del pueblo, estaría muy sucia. Las heridas se pudren si no están perfectamente limpias, por eso ahora lavo la tuya con agua. —Le sonrió—. ¡Buen chico, no te has movido ni un poquito! Sí, ha sangrado bien, pero tengo que estar segura. Si no, créeme que lo lamentarás, jovencito.
—Puedo ser valiente —susurró Myrddion—, siempre que entienda lo que haces.
Annwynn se rió hasta que le tembló la barriga.
—¡Caramba, es más viejo de lo que le tocaría por edad, maese Eddius! Habla como un pequeño magistrado en vez de como un niño. ¡Ay, es maravilloso!

(Annwynn yMyrddion, Batalla de Reyes, M. K. Hume)





MAGGIE STIEFVATER

Entonces hice lo que siempre había querido hacer: le acaricié el cuello y, al ver que seguía quieto, hundí las manos en su pelo. La capa externa no era tan suave como parecía, pero bajo esa línea de pelo áspero, encontré un vello suave y algodonoso. Todavía con los ojos cerrados, el lobo gruñó suavemente y apoyó la cabeza en mis brazos. Lo abracé como si fuese el perro de la familia, aunque su aroma rudo e intenso me recordaba cuál era su verdadera naturaleza.
Por un momento, olvidé quién era yo o dónde me encontraba. Por un momento, no me importó.

(Grace, Temblor, Maggie Stiefvater)

- No hace falta que seas tan casto y puro, ¿sabes? Al fin y al cabo, no estoy desnuda -se detuvo frente al armario y me miró con expresión pícara-. Porque supongo que... supongo que nunca me has visto desnuda, ¿verdad?
- ¡No! -exclamé, apresurado.
Encajó mi mentira con una sonrisa y se hizo con un par de pantalones vaqueros.
- En fin, si quieres que siga siendo así, lo mejor es que te des la vuelta otra vez.
Me eché en la cama y enterré la cabeza en las almohadas, impregnadas del aroma de Grace. Con el corazón latiéndome a mil por hora, escuché los sonidos que producía la ropa al resbalar por su piel. Al final no pude resistir los remordimientos: nunca he sabido mentir.
- Si que te he visto, pero fue sin querer -confesé con un suspiro de culpabilidad.
Grace se arrojó sobre el colchón, que crujió lastimero, y acercó su cara a la mía.
- ¿es que siempre estás disculpándote?
La almohada amortiguó mi voz.
- No, pero es que quiero hacerte creer que soy un chico decente. Y decir que te vi desnuda no ayuda mucho a que te lo creas (...)

*Nota: Desde el punto de vista de Sam.

(Sam y Grace, Temblor, Maggie Stiefvater)





MAITE CARRANZA

- Salma, supongo.
- Supones bien.
Selene midió sus palabras y las sazonó con la rabia justa.
- Nuestro comienzo no ha sido muy prometedor. Me engañaste.
Salma disimuló su sorpresa.
- ¿Te atreves a llamarme mentirosa?
Pero Selene no se Arredró lo más mínimo.
- Me prometiste esperar hasta verano.
La risa de Salma sonaba a hueca, a eco de risa repetida una y mil veces. Una risa gastada y vieja.
- ¿Qué importancia tienen dos meses si los comparas con la eternidad?

(Selene y Salma, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

Elena se vio en la obligación de advertir a Criselda, no sabía nada de Anaíd.
- Es muy lista.
- Ya me he dado cuenta.
- Acabó con todos los libros de la biblioteca juvenil hace dos años. Selene le traía libros de la ciudad.
- Una niña lectora.
- Hablaba y escribe cinco lenguas perfectamente.
- Ya.
- Toca todos los instrumentos que se le pongan por delante.
Criselda ya se estaba quedando sin argumentos.
- ¿Qué me quieres decir?
- Que no entiendo ni entenderé nunca por qué Selene no la inició a la edad que le correspondía.

(Elena y Criselda, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

- En ese caso, si Selene es la elegida, cosa de la cual también estamos todas seguras...
- Yo no -se apresuró a objetar Gaya.
Criselda rectificó:
- Todas, excepto Gaya, creemos que Selene, la elegida, ha optado por abandonar la mortalidad de las Omar y acogerse a la inmortalidad de las Odish. La profecía anuncia que la elegida será tentada y unas u otras perecerán de su mano.
Criselda las miró a todas. Estaban sin aliento.
- La profecía de Odi ya lo advertía y se está cumpliendo. Selene ha sido tentada..., y si prospera..., se convertirá en la Odish más poderosa que haya existido jamás y acabará con las Omar.

(Gaya y Criselda, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

- Aún no está preparada.
- ¿Lo estará algún día?
- ¿y si nos hemos equivocado?
- A lo mejor Deméter y Selene tenían una razón de peso para no iniciar a Anaíd en la brujería.
- ¿Y si Anaíd fuera peligrosa?

(Gaya y Criselda, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

En su sueño, un muchacho moreno le acariciaba el rostro y humedecía sus labios con un paño húmedo. Luego posaba los labios sobre los suyos un instante, el suficiente para que Anaíd sintiese fuego en su piel y saborease el gusto anisado de su lengua.
- ¡Roc! -exclamó Anaíd sorprendida al abrir los ojos.
Roc, sintiéndose descubierto, se levantó de un salto.

(Anaíd, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

Salma la contempló extrañada.
- Nunca entenderé a las Omar, son capaces de sacrificarse las unas por las otras absurdamente, estúpidamente.
- Hay muchas cosas que no entiendes, Salma -la provocó Selene a propósito-. A lo mejor la estúpida eres tú. Tengo el cetro. Aparta o acabaré contigo.

(Selene y Salma, La Guerra de las Brujas: El Clan de la Loba, Maite Carranza)

- No había ninguna necesidad, Selene.
- Ya lo sé, ya lo sé. Me he equivocado, lo siento.
- No es suficiente con decir <<lo siento>>. El mal ya está hecho.
- No es posible que las Odish me localicen sólo por provocar un poco de calor en una sala gélida. Tía Criselda prepara los pasteles sin horno. ¿Lo sabías?
- Pero tú no ere tía Criselda. ¿Lo sabías?

(Deméter y Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- ¿Qué haces? -murmuré asustada.
- Te privo de tus cadenas. Eres libre.

(Deméter y Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

Yo los quería a los dos y me negaba a renunciar al uno al otro. Deméter lo hubiera considerado codicia. Tía Criselda lo hubiera bautizado como gula. La prima Leto lo hubiera llamado capricho. Yo sabía que era un dilema.
Cuántas equivocaciones comentemos. A cuántos infelices arrollamos en nuestra loca carrera por sobrevivir.
Me veía obligada a atropellar a uno o a otro. Y lo peor, lo más complicado era que tenía que resolverlo yo sola. No podía contar con Deméter ni con Deméter ni con el clan. Las había traicionado. El uso indebido de la magia estaba duramente castigado.

(Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- ¿Me das un beso de despedida?

(Roc, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- Yo creo que todos escribimos las páginas de nuestro propio libro, que antes de eso las páginas están en blanco.
Gunnar me miró admirado.
- Eres voluntariosa.
- Llámalo así; mi madre diría que soy rebelde.

(Gunnar y Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- ¿Mi destino? ¿Cuál es mi destino?
Las matriarcas se miraron preocupadas. Ingrid intervino con un tono ligero.
- En realidad tu destino, hija mía, es bastante cafre. Dice que causarás muerte y destrucción.
- ¿Muerte y destrucción? -repetí incrédula mirando a mi madre.
Deméter me aguantó la mirada y me respondió:
- Selene, las profecías y los destinos pueden ser interpretados desde diferentes puntos de vista. Como brujas Omar, estamos obligaciones a conocer los destinos de nuestras hijas, también estamos obligadas a ser cautas ante el fatalismo que conllevan determinadas aseveraciones. A veces los destinos se cumplen interfiriendo en otros, a veces la muerte trae consigo la esperanza.
Me sentí fatal y las miré a todas con reproche.
- Vosotras ya lo sabíais. Sabíais que yo cometería algún acto reprobable pero no sabíais cuál, y tampoco sabíais por qué ni para qué, y por eso no me lo impedisteis ni me lo advertisteis. Soy parte de una cadena de un experimento.
Deméter palideció repentinamente y yo me envalentoné.
- Sois tan culpables como yo.

(Deméter y Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- ¡Mentira! -gruñó Gunnar rabioso.
- Me haces daño -musité.
- Tú también me haces daño, Selene, mucho daño.
Su tono de voz y el dramatismo que imprimía a su dureza me asustaron más que su fuerza.
- Por favor, déjame -supliqué.
Y el miedo empezó a invadirme como un cosquilleo. El miedo a su falta de compasión, el miedo a su maldad, el miedo a sus turbias maquinaciones y a su supuesta afición por la sangre, como el sangriento hocico de Narvik.
Gunnar movió su cabeza con aflicción.
- No puedo dejarte, Selene, ya no, no te dejaré. Si te escapas, lo estropearás todo.
- Soy tu prisionera -exploté, y como siempre me arrepentí enseguida de haberlo dicho.
Se encolerizó.
- ¡Estúpida! No eres mi prisionera. Mientras estés conmigo, estarás segura, soy tu única baza, Selene. ¿No te das cuenta?
Quise llorar, pero me di cuenta de que el miedo también impedía las lágrimas. Estaba paralizada.
- Déjame marchar.
Gunnar me retorció un poco más la muñeca.
- Me he portado bien contigo, Selene, te he cuidado, te he protegido, ¿y me lo pagas así? Eres una desagradecida.

(Gunnar y Selene, La Guerra de las Brujas: El Desierto del Hielo, Maite Carranza)

- No has aliñado la ensalada.
- No había vinagre.
- Así está deliciosa.
- Una ensalada sin vinagre es como un gazpacho sin tomate.
- Mamá, por favor, fuiste tú quien olvidó comprarlo.
- Yo no invité a nadie a compartir una ensalada insípida.
- Me gusta de todas formas. La ha preparado Anaíd.
- ¿Te das cuenta, Anaíd? Primero intentará ganar tu confianza. Luego hará lo que quiera contigo.
- Sólo ha dicho que le gusta mi ensalada.
- A mí me dijo que le gustaban mis ojos.
- No es lo mismo.

(Gunnar, Selene y Anaíd, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- ¿Puedo hablar?
- No -saltó Selene.
- Sí -la contradijo Anaíd.

(Gunnar, Selene y Anaíd, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- ¿Qué te dije esa noche, Selene?
- No me acuerdo.
- Te acuerdas. Y yo recuerdo que tú me prometiste que me querrías siempre, pasase lo que pasase.
- No me acuerdo de nada.
Anaíd se indignó. Su madre le había narrado el episodio con pelos y señales y hasta confesó que hizo una pócima de amor a Gunnar.
- ¡Te conquistó con magia Omar!
- No hacía falta. Yo ya había decidido... -replicó Gunnar sin retirar su mirada de los párpados de Selene, que mantenía los ojos bajos.

(Gunnar, Selene y Anaíd, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

Selene aplaudió irónicamente a Gunnar.
- Lo dicho: ¡estupendo! Ya la tienes de tu parte. Quince años sin saber siquiera que existías y en unas pocas horas te metes a tu hija en el bolsillo y consigues que se enamore de ti y que, de paso, me reproche toda mi vida. Fantástico.

(Selene, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- ¿Desde cuándo un deseo no es egoísta?
- Si deseamos el bien ajeno estamos pensando en los demás -justificó Anaíd.
- ¿Y eso no sirve para tranquilizar nuestra conciencia? También es egoísta, cariño.

(Cristine y Anaíd, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- ¿Qué has hecho?
- Lo que ya practicaban los españoles en las conquistas. Quemaban sus naves para evitar deserciones.
- ¡Estás loco!
- Díselo a Hernán Cortés o a Pizarro.
Selene se desesperó. ¡Cómo había sido capaz, qué burro!
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Caminar a tra´ves de las montañas.
- ¿Cómo?
- Con las piernas. Juntos. Los dos juntos. A no ser que quieras salir corriendo primero y que yo te persiga unos metros más atrás, para continuar el juego del gato y el ratón.
Selene estaba harta de persecuciones y estaba muy enfadada.
- Quemaste los coches porque no te fías de mí.
Gunnar rió. La había atrapado con sus llaves en la mano dispuesta a robarle el coche y dejarlo tirado en medio de la montaña.
- No té rías.
- Lo siento, Selene, eres muy divertida.

(Gunnar y Selene, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- ¿Y eso qué quiere decir?
- Que las Omar lucharán para destruirte y las Odish desearán hacerte su reina para luego arrebatarte el cetro.
Anaíd se sintió completamente aturdida.
- ¿Y ya está?
Deméter pronunció lentamente su dolorosa sentencia.
- Y tú morirás.
Anaíd flaqueó.
- Pero... soy inmortal.
- La maldición de Odi es ésa.
Anaíd se encogió.
- ¿Entonces? ¿Estoy condenada?
- Sí.

(Deméter y Anaíd, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- Dile a mi madre que tal vez la visite, pero que yo, si fuera ella, no me fiaría de las intenciones de mi propio hijo, o sea yo. Dile que no me prestaré al juego de interponerme entre Selene y Anaíd. Y dile también que no se le ocurra volver a atacar a Selene. ¡Ah!, y dile que el cetro de debe estar en manos de la elegida y no en las suyas, y que estoy harto de sus treta y sus manipulaciones, y que a partir de ahora no me prestaré a sus juegos.
El espíritu levantó una mano y suplicó una pausa.
- Por favor, ¿puedes repetirlo?
Gunnar se sirvió un pedazo de piña en almíbar.
- Creo que lo mejor será que se lo diga directamente y sin intermediarios.
El espíritu suspiró aliviado.

(Gunnar y espíritu, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- Te he querido mucho, Anaíd, como he sabido. Gracias a ti he descubierto el sentido de la vida, y la vida no se comprende sin la muerte.

(Cristine, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- Alto ahí, no soporto la compasión -la detuvo Clodia.
- Pero...
- Y menos aún de una amiga con novio. No soporto a las amigas felices con novio.
(...)
Clodia se puso verde de envidia.
- ¡Y no soporto a las mamás felices con novio!
- Mujer, Selene se ha puesto gorda.
- Y guapísima. Me parece vomitiva la felicidad ajena.
Anaíd intentó justificarse. Se sentía algo cohibida por formar parte de una familia aparentemente tan perfecta, enrollada y maravillosa.
- Se pasan el día discutiendo -adujo señalando a sus padres.
- Peor, mucho peor: eso significa que se quieren -lloró con ganas- Y a mí no me quiere nadie.

(Anaíd y Clodia, La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

Yo maldigo a la elegida del cabello en llamas a sucumbir ante el poder del cetro pronunciando las palabras prohibidas que encadenarán fatalmente los tres errores:

Ofrecerá el filtro de amor con su propia mano.
Beberá de la copa prohibida en tiempos anteriores.
Formulará el conjuro de vida en el cuerpo de la virgen.

La elegida morirá.
Y los muertos se cobrarán su tributo por los tiempos de los tiempos.

*La maldición de Odi.

(La Guerra de las Brujas: La Maldición de Odi, Maite Carranza)

- Me encantaría teñirme, pero no me atrevo. A las dos os queda muy bien -susurró Luci en plan conciliadora.
<<¿Qué fácil no?>> pensó Marina, que a punto había estado de arrearle un bofetón a la enana. Con lo fácil que era y lo bien que funcionaba una frase conciliadora. Suerte que Luci era conciliadora debería haber sido Marina, o sea, Ángela, o sea ella. Las conciliadoras adqueirían un estatus moral de suficiencia que las convertía en líderes. Ángela siempre era líder, siempre evitaba la confrontación e iba por ahí repartiendo paz y amor, besos y achuchones... Marina se forzó, se esforzó en conciliar, en liderar la conciliación del vuelo turista, y se dirigió a Luci con una sonrisa boba conciliadora.
- Tíñete, por poco que hagas seguro que mejoras el careto.
Silencia gélido.
Marina había hablado.
Marina la había cagado.
Marina debería medir sus palabras.

(Marina y Luci, Magia de una Noche de Verano, Maite Carranza)

- Depende -objetó Ángela-. Yo no distingo entre la derecha y la izquierda.
(...)
- No puede ser.
- Antes siempre llevaba un anillo en la mano izquierda y por eso sabía cuál era mi izquierda, pero hace dos años se me hinchó el dedo y me lo serraron.
- ¿El dedo?
- No, burro, el anillo.
- Ah.
- Y ahora ya no sé cuál es la izquierda.
C.C. tardó unos minutos en digerir tamaña tontería.
- ¿Y si piensas con qué mano coges la cuchara?
- Depende de dónde esté más cerca.
- Te estoy diciendo que con qué mano te la llevas a la boca.
Ángela era una chica rara.
- Y yo te estoy contestando que depende de qué mano me caiga más cerca de la boca. Me da exactamente igual.
- ¿Eres..., eres ambidiestra?
- Eso. Escribo igual de mal con las dos manos, corto fatal con las dos y no me sé peinar con ninguna.
- ¿Y cómo aplaudes?
- No me he fijado.
- ¿Y si tuvieses una pistola?
(...)
- Y yo que sé. Fallaría con las dos seguro.
(...)
Ante su sorpresa Ángela desenfundó con las dos a la vez.
- Jo, va en serio.
- Pues claro.
- Hazte tenista.
- Lo probé de niña, le partí una ceja a mi mejor amiga y dejó de ser mi mejor amiga.

*Nota: Marina haciéndose pasar por Ángela.

(Marina y C.C, Magia de una Noche de Verano, Maite Carranza)


Nuria parece aliviada unos instantes, pero en seguida se altera. ¿Quién es? El subinspector Lozano trata de ser convincente, pero su propia voz le suena falsa. Es un joven entusiasta y bien preparado, el subinspector Sureda. Estoy seguro de que tendrá más suerte de la que he tenido yo.

(Palabras Envenenadas, Maite Carranza)





MARC LEVY

Les supliqué a mis pies que dejaran de hacer de las suyas, que no volvieran a robar sombras y, sobre todo, que le devolvieran la suya a Marquès lo antes posible. Por supuesto, hablar con tus pies tan de mañana puede parecer extraño, pero hay que ponerse en mi lugar para saber por lo que estaba pasando

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

Papá dice que para crecer hay que aprender a afrontar los miedos, que hay que enfrentarlos a la realidad. Y eso fue lo que traté de hacer.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

No me moví. Parecía tan desesperado que no podía haberme dicho en serio que me marchara. Me daba perfecta cuenta de que no debía dejarlo solo. En eso consiste la amistad, ¿no? En saber adivinar cuándo alguien te dice lo contrario de lo que piensa de verdad.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

No hay que encariñarse con los demás, es demasiado arriesgado.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

Mi padre decía que nunca hay que que comparar a la gente, que cada persona es diferente; lo importante es encontrar la diferencia que mejor le va a cada uno. Ella era mi diferencia, la que mejor cuadraba conmigo.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

De adolescente sueñas con el día en que dejarás a tus padres, y otro día son tus padres los que te dejan a ti. Entonces sólo sueñas con poder volver a ser, aunque sólo sea un instante, el niño que vivía bajo su techo, abrazarlos, decirles sin pudor que los quieres, acurrucarte contra ellos para que te reconforten una vez más.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

Nunca he dejado de pensar en mi madre. Está presente en todos los momentos de mi vida. A veces veo una película pensando que a ella le habría gustado, o escucho una canción que ella habría tarareado y, algunos días maravilloso, percibo en el aire, al paso de una mujer, un aroma a ámbar que me recuerda a ella; a veces incluso le hablo en voz baja. El cura tenía razón, su inmortalidad está ahí, en el corazón del hijo al que ha querido. Espero algún día tener mi parcela de inmortalidad en el corazón de un hijo al que yo a mi vez haya criado.

(El Pequeño Ladrón de Sombras, Marc Levy)

El señor Daldry volvió a cerrar delicadamente la puerta en las narices de Alice.
- ¡Qué tipo tan raro! -masculló ella volviendo por donde había venido.
- La he oído -gritó enseguida Daldry desde su salón-. Buenas noches, señorita Pendelbury.

(Daldry y Alice, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)

- ¿Va a decirme algo? -preguntó Alice.
- Lo que es divertido de verdad -continuó la vidente al volver en sí- es que el hombre más importante de tu vida, el que buscas desde siempre sin saber ni siquiera que existe, ese hombre acaba de pasar hace apenas unos segundos detrás de ti.
El rostro de Alice se quedó petrificado y no pudo resistir las ganas de volverse.

(Vidente y Alice, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)

- ¿Tiene coche? -dijo sorprendida.
- Acabo de robarlo.
- ¿Va en serio?
- Si su vidente le hubiese predicho que se iba a topar con un elefante rosa en el valle de Punyab, ¿la habría creído? ¡Pues claro que tengo coche!
- Gracias por burlarse tan abiertamente de mí, y perdone mi sorpresa, pero es la única persona que conozco que posee su propio automóvil.

(Daldry y Alice, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)

- ¿No se habrá pasado un pelín de madrugadora por casualidad? -le preguntó frotándose los ojos.
- Son las siete.
- A eso me refiero, hasta dentro de dos horas -dijo, y volvió a cerrar la puerta.
Alice llamó de nuevo.
- ¿Qué pasa ahora? -preguntó Draldy.
(...)
- Deje de halagarme, ¡no hay quien se lo trague! Termine de dormir y venga a verme cuando esté realmente despierto para discutir este proyecto, al que todavía no he dicho que sí. ¡Y aféitese!
- ¡Creía haber entendido que la barba me sentaba bien! -exclamó Draldy.
- Entonces, déjela que crezca de verdad; quedarse a medias le hace desaliñado y, si tenemos que ser socios, quiero que esté presentable.
Daldry se frotó la barbilla.
- ¿Con o sin?
- Y dicen que las mujeres somos indecisas -respondió Alice al irse hacia su piso.

(Daldry y Alice, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)

Alice observó a Draldy.
- ¿No estará proponiéndome llevarme a miles de kilómetros de mi casa y abandonarme en tierras lejanas para poder por fin pintar bajo mi lucernario?
A su vez, Daldry miró a Alice.
- Tiene los ojos muy bonitos, pero ¡mucha mala leche!

(Daldry y Alice, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)

- Sabe que le he contradado como guía turístico y no como guía espiritual, ¿verdad?
- Creía que en la vida era un privilegio ser ingenioso.
- Me cansa, Can, le he prometido a Alice no tomar ni una gota de alcohol y eso me pone de muy mal humor, así que sea tan amable de no abusar de mi paciencia.
- Ni usted de la botella si quiere mantener su promesa.

(Daldry y Can, La Química Secreta de los Encuentros, Marc Levy)





Mª DEL PILAR MUÑOZ ÁLAMO

- No menosprecies el lenguaje del amor pensando que es único. El amor no surge de las palabras, sino del corazón de quién las escribe y de quién las escucha. Se fiel a ti misma y gústate como eres, porque así lo enamoraste -sugirió con dulzura-. Muéstrate tal cual y sé feliz.

(Doña Manuela, Ellas También Viven: El Lenguaje del Amor, Mª del Pilar Muñoz Álamo)

Fui consciente, repentinamente, de muchos pequeños detalles que me había brindado la vida y que yo había menospreciado en un alarde materialista inculcado socialmente, y del acervo de menudencias intrascendentes a las que había dado una importancia superlativa sin merecerlo. Lamentos, una colección de lamentos por todo lo que no tuve no me permitió apreciar cuán afortunada podría haber sido hasta el momento, y ahora lo sabía. Ahora que podía perderlo, supe que siempre estuvo al alcance de mi mano sin que la venda de mis ojos me permitiera tocarlo. ¡Qué forma más imbécil de perder el tiempo!

(Lidia, Ellas También Viven: Quiero otra Opotunidad, Mª del Pilar Muñoz Álamo)





MARÍA NIEVES ÁVILA

Me acerqué hasta su rostro y guié mi mano hacia este y, cuando estaba a punto de rozarle la mejilla, [...] abrió los ojos y se abalanzó sobre mí. Un golpe seco sonó a chocar mi cuerpo contra el suelo. [...] Sus dedos me rozaban las muñecas, pero estos en ningún momento me hacía daño. Su rostro estaba tan cerca del mío que su respiración volvía a entrar en mis pulmones.
-Lo siento, Elena.
[...] Quitó sus dedos de mis muñecas, se puso en pie y extendió una mano para poder levantarme. Otra vez volvíamos a estar uno enfrente de otro, tan junto que nuestros corazones empezaron a latir al mismo compás.
-Creo que merezco algo más que un lo siento.
-Tienes razón.

(La Guardiana del Yiebén, María Nieves Ávila)





MARISSA MEYER

El príncipe había hecho barnizar las escaleras,
y cuando Cenicienta las bajó corriendo,
uno de los zapatos quedó atrapado en la brea de la madera

(Cinder, Marissa Meyer)

- Déjame adivinar -dijo Thorne-. ¿Allanamiento de morada?
La chica arrugó la nariz tras un largo silencio durante el cual había estado examinando el mecanismo de retracción.
- Dos cargos por traición, si tanto te interesa saberlo. Resistencia a la autoridad y uso ilícito de la bioelectricidad. Ah, e inmigración ilegal, aunque, para ser sinceros, creo que ahí se pasaron.

(Thorne y Cinder, Scarlet, Marissa Meyer)

- Es evidente que malinterpretáis mis motivos, de modo que os explicaré claramente cuál es mi verdadera intención. Llegará el día en que gobernaré la Comunidad, y de vos depende si preferís que se mediante un guerra o una unión pacífica y diplomática. Pero el tema que ahora nos ocupa no tiene nada que ver con la guerra y la política. Quiero a esa chica, viva o muerta. Si es necesario, arrasaré vuestro país para encontrarla.

(Levana, Scarlet, Marissa Meyer)

- Sabía que me matarían cuando lo descubrieran, pero... -Se esforzó por encontrar las palabras, dejando escapar un hondo suspiro-. Creo que me di cuenta de que preferiría morir por haberlos traicionado a ellos a vivir por haberte traicionado a ti.

(Lobo, Scarlet, Marissa Meyer)




MARISA SAMA

¿Por qué no?, viajar por todo lo ancho y largo del mundo podría equivaler a pasearse por el mismo sitio en distintas épocas.

(Atrapada en 1800, Marisa Sama)

- ¿Y qué haces?
- ¡Umm! ... ¡deshollino! -puso encogiéndose de hombros, como si fuera evidente. Que lo era.
- ¿Por qué?
- Por que es mi trabajo.
- Y, ¿por qué trabajas en esto?
- En realidad trabajo en la fábrica del señor conde, pero la señora condesa es muy buena y me permite comer algo a cambio de limpiarle las chimeneas. A veces consigo buenas propinas.
- ¿Cuántos años tienes?
- Creo que nueve.
- Crees que nueve. ¿y tus padres?
Ahora se quedó ella desconsolada. Como si le hubiera puesto una suma con llevada. -¿Cuáles?
- Los tuyos, María. ¿No vives con tus padres?
- No. Señora, tengo mucho trabajo. La señora condesa me va a regañar si no termino ésta hoy... y todavía tengo que volver mañana.
¿Puedo ayudarte?
Ahora sí que la miró como si estuviese loca. Que lo estaba.
- No.
- Yo creo que sí.

(Eva y María, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

De las tres reglas que debía conservar siempre a lo largo de toda la duración del "viaje", ya había roto dos. Y eso que no parecían tan difíciles:
PRIMERA: interactuar con la gente lo menos posible. No sabían qué efecto podría tener eso sobre el futuro. El Proyecto consistía en observar, pasar desapercibida, recopilar información y experimentar con el cuerpo humano en esa situación.
SEGUNDA: No interferir en las opiniones o actuaciones de la gente. No sabían qué efecto podría tener eso sobre el futuro.
TERCERA: NUNCA SER DESCUBIERTA. No contar a nadie que venía del siglo XXI y mucho menos demostrarlo, por ejemplo haciendo predicciones. No sabían qué efecto podría tener eso sobre el futuro.

(Eva y María, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

(...) con la sonrisa lobuna. No le puedo leer el pensamiento, claro. <<Interesting. Un ladrón tan torpe aterrorizado que ha permitido que descubra que es una mujer que sabe inglés y lee a Shakespeare, que pide permiso para escapar y perdón por machacarme la cara>>. Se pasó una mano por el pelo negro y brillante sonriendo, y al notar algo viscoso en ella la miró y descubrió la sangre que le brotaba de los cuatro agujeros profundos que le había dejado el peine desde el rabillo del ojo hasta debajo del pómulo.
- Empieza la caza -siseó.

(Mark, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

- Usted no está ayudando de vez en cuando a nadie, usted lleva solita un asilo para niños sin hogar.
Ella respondió afectada pero vendida por la inesperada revelación.
- Ya, vale, pues lo hablamos en otro momento -y pensó: -<<Muy bien, soy una sospechosa más y he sido investigada. Se me está complicando la vida de forma exponencial desde que el modelo apache ha aparecido en escena>>. Pero él no se movió ni un milímetro presionándola con su silencio. Al final ella saltó:
- Si ya lo sabe, ¿qué es lo que espera que le diga? -levantó un pelo la voz empezando a perder los nervios. De nuevo.
- ¿Por qué no probamos con la verdad?
- La verdad es taaaaan relativa.
- No sea mordaz. Yo tengo mucho tiempo y usted mucha inteligencia para poder explicar lo que quiera, claro y despacito.
- No siempre estamos preparados para escuchar la verdad.
- Cierto. Póngame a prueba -y la taladró.
- En ello estoy (...)

(Mark y Eva, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

- ¿Es que no puede ser normal en ningún aspecto en que lo son el resto de las mujeres?
- A ver, que yo entiendo que puedo no parecer convencional, pero soy normal en casi todo. Como, ando, duermo, río, lloro...
- ¿También llora? -dijo tomándose la libertad de enjugar con un de dedo el punto de sangre del labio, mordiéndose un poco el suyo e inclinando la cabeza pensativo.
- Claro. Y por cierto, ¿a qué debemos el honor de su visita? -otra vez había conseguido trastornarla a ella, sólo con ese toque ligero de su mano. Así que, a cambiar de tema.
- A decirle personalmente que pasado mañana vendrán sus tíos a buscar al bebé. ¿Se lo ha comunicado ya a María?, debería decírselo.
- Ya. Por cierto... -se giró y le gritó a Sabina:- ¡Sabina, dile a María que se prepare, me aseo, me visto de "mujer normal" y nos vamos! -debería dejar de gritar para todo, no era muy femenino, lo sabía, pero todavía no se había quitado la manía.

(Mark y Eva, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

Ella murmuró algo por lo bajinis.
- ¿Qé significa ese murmullo?
- Digo que el ritmo de este siglo no hay cuerpo que lo aguante. No sé cómo agradecerle lo que ha hecho. ¿Usted está bien? -le dijo de chufla.
- Me encuentro estupendamente, si exceptuamos unas irrefrenables ganas de matarla, que espero se me pasen pronto.

(Mark y Eva, Atrapada en 1800, Marisa Sama)


- ¡No, no sé montar! -entre Andrés y Mark cortaban las riendas y los cordajes que mantenían a los caballos unidos al coche.
- Pues así aprende.
- ¡No!, no sé y me da miedo -dijo ella cerrada en banda.
- Vaya, esto sí que es una novedad. ¡Ja!, le dan miedo los caballos. -soltó una corta risa malhumorada.
- No me dan miedo los caballos. me da miedo montar a caballo. Estoy aprendiendo, sólo que... todavía no estoy preparada.
Por lo visto se le había acabado la paciencia:
- ¡Por Dios bendito!, acaba de liarse a puñetazos y patadas con cinco gansters armados que la iban a robar y forzar, no necesariamente por ese orden, lo mismo que a estas dos criaturas de aquí, y ¿le da miedo un caballo? ¡Arriba! ¡Ya! -grito imparable dirigiéndose al suyo. Pero se lo pensó mejor y se abalanzó sobre ella dejando su nariz a sólo dos centímetros de la suya.- Y tenga muy claro que si yo no estuviera aquí, ya estarían violados y destripados todos en el borde del camino.
¿Gangsters?, pensó ella. Bueno, sí que estaba asustada, estaba al borde de la apoplejía, pero... se puso en jarras:
- Que no coño, que no, que no, que no, ¡que no me subo!

(Mark y Eva, Atrapada en 1800, Marisa Sama)

Con un veloz movimiento de su brazo le agarró de las solapas y le estrelló contra la pared.
- Tú y yo no somos amigos, llevamos a cabo un intercambio comercial. Nada más. Déjala en paz, no tienes nada que hacer con ella. Más bien deberías centrarte en nuestro otro tema más urgente.

(Mark y Rodrigo, Atrapada en 1800, Marisa Sama)





MARK LAWRENCE

- Toda esa bobada del capitán Bortha se debe a que Makin es el capitán Makin Bortha, de la guardia imperial de Ancrath. Toda esa mierda de llamarme príncipe es porque soy el amado hijo y heredero del rey Olidan, de la Casa de Ancrath. Y ahora podemos bebernos la cerveza, porque hoy es mi decimocuarto cumpleaños, y ¿de qué otra manera ibais a brindar a mi salud?

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- ¿Ves esta espada? -pregunté-. No mancha su hoja una sola gota de sangre. -La mostré a todos antes de señalar con ella la cresta-. Y allí hay cincuenta hombres que no volverán a luchar a favor del conde de Renar. Ahora trabajan para mí. Son portadores de un relato que habla de un príncipe que mató al hijo del conde. Un príncipe que no estuvo dispuesto a ceder. Un príncipe que nunca se retira. Un príncipe que ni siquiera tuvo que manchar su espada para vencer a ciento treinta hombres.
>>Piénsalo, Makin. Hice que Roddat luchase aquí como un loco porque le dije que si ellos ven que no vas aceder, entonces se rompen como cristal. Ahora tengo cincuenta enemigos que andan por ahí contándoselo a todo el que encuentran. <<Ese príncipe de Ancrath no es de los que ceden.>> Se trata de un cuestión muy simple: Si creen que no vamos a ceder, son ellos quienes lo hacen.
Nada más cierto. Ése no era el motivo, pero no había nada más cierto.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

Puse la mano en el hombro de Renton. Allí estaba, con mi mano en el hombro izquierdo, y la de Gomst en el derecho. Podríamos haber sido el ángel y el diablo de los antiguos pergaminos susurrándole al oído.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- Dejemos que los soldados mueran por su patria -le dije-. Si llegara el momento de sacrificar estos campos en aras de la victoria, sería capaz de dejar que ardieran sin pestañear. Cualquier cosa que no puedas sacrificar te inmoviliza. Te convierte en alguien predecible, te vuelve débil.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- ¿Y qué hay del plan?
- Ajá.
- Insisto, ¿qué hay del plan? -Makin podía ser muy cargante cuando se lo proponía.
- Lo habitual. Nos ponemos a matarlos hasta que no se levanten.

(Jorg y Makin, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- Somos legión, y tú estás sola, mi señora. Y eres fea como un pecado, por cierto. Así que será mejor qe te apartes y nos dejes pasar -dije. No pensé que fuera a hacerlo, pero dicen que quien no arriesga nada gana, así que me arriesgué.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

Llegamos a una encrucijada de cinco caminos. me llevé la mano a la frente mientras movía la otra en el aire, como si buscara inspiración divina para decidir cuál de ellos tomar.
- ¡Por aquí! Estamos cerca.
Una abertura a a izquierda, bordeada por las manchas de óxido porpias de ua puerta desaparecida hacía mucho tiempo.
Me detuve de nuevo y prendí una antorcha de alquitrán y hueso aprovechando la débil llama que aún ardía en el interior.
- ¡Henos aquí!
Con la más treatral de mis reverencias, señalé el camino antes de adentrarme en él.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- ¿Qué será necesario para que abras esa puerta? ¿Oro? ¿Sangre?
- <<Nombre y contraseña.>>
- Soy Honorio Jorg Ancrath y mi contraseña es <<Derecho divino>>. Y ahora abre la puta puerta.
- <<No reconozco esos datos.>> -Hubo algo en el tono sereno de aquel espíritu que me puso furioso. Si hubiese sido visible lo habría atravesado de parte a parte en ese preciso momento.

(Jorg y espíritu, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- Podría acompañarte, mi señora. Podría aceptar lo que tú me ofreces. Pero, entonces, ¿quién sería yo? ¿En quién me convertiría si olvido las maldades que me dieron forma?
- En una persona feliz -respondió.
- Otro lo sería. Un nuevo Jorg, un Jorg sin orgullo. No seré el cachorrillo de nadie. Ni el tuyo. Ni siquiera el de Él.
(...)
- El orgullo también es un pecado, Jorg. El más mortal de los siete. Tienes que hacerlo a un lado. -Por fin hubo un atisbo de desafío en sus palabras. Era lo que necesitaba para darme fuerzas.
- <<¿Tengo?>> -La oscuridad nos envolvió.
(...)
- ¿El orgullo? -pregunté con una sonrisa desafiante. ¡Yo soy el orgullo! Que los mansos tengan su herencia, pues yo prefiero una eternidad a la sombra que la bendición divina al precio que me pides. -No era cierto, pero cualquier otro discurso, tomoar su mano en lugar de morderla, no me hubiera dejado nada, nada más que pedazos.
(...)
- Así habló Lucifer. El orgullo se lo llevó del cielo, a pesar de que se sentaba a la derecha de Dios. -Su voz se adelgazó hasta convertirse apenas en un susurro-. Al final el orgullo es el único pecado, la razón de todos los demás.
- El orgullo es lo único que tengo.
Engullí la noche, y la noche me engulló a mí.

(Jorg y ángel, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

- Que lo salvaje te temple, y si lo capeas a tempo, el hijo pródigo regresará, una sierpe en el regazo de su padre. El peón mata al rey. -Hizo el gesto del juego del ajedrez-. Podrías convertirte en algo, príncipe del zarzal, príncipe del espino. Una pieza capaz de ganar la partida.

(Corion, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)

Así soy yo. Y si pretendéis que me discupe por ello, será mejor que me lo digáis a la cara.

(Jorg, Príncipe del Mal, Mark Lawrence)





MARKUS ZUSAK

~UN ANUNCIO IMPORTANTE~
Por favor, a pesar de las amenazas anteriores,
conserva la calma.
Sólo soy una fanfarrona.
No soy violenta.
No soy perversa
Soy lo que tiene que ser

(La Ladrona de Libros, Markus Zusak)





MATTHEW DICKS

─¿Tú crees que existo? ─le pregunto a Max.
─Sí ─contesta […].
─Y si existo, ¿por qué eres el único que puede verme?
─Yo qué sé ─responde él, con irritación─. Yo creo que sí existes. ¿Por qué siempre me preguntas lo mismo?
Tiene razón. Se lo pregunto mucho. Y lo hago adrede. No voy a vivir para siempre, lo sé. Pero, mientras Max crea en mi existencia, seguiré vivo. Por eso le hago repetirme una y otra vez que existo, porque creo que así viviré más tiempo.

(Memorias de un Amigo Imaginario, Matthew Dicks)

Yo odiaba a Pinocho. Creo que era el único de la clase que lo odiaba. Pinocho tenía vida, pero eso no le bastaba Podía andar, hablar y tocar las cosas del mundo real, pero él se pasaba el cuento entero queriendo más.
Pinocho no sabía la suerte que tenía.

(Memorias de un Amigo Imaginario, Matthew Dicks)





MAUREEN MCGOWAN

─¿Sabes por qué confío en ti? ¿Sólo en ti?
Lo miro fijamente a los ojos, después bajo la vista, respirando de forma irregular. Sólo en mí.
Mi lengua parece dormida. Emociones encontradas libran una batalla en mi interior.
Cal baja la cabeza, sus labios están tan solo a unos milímetros de mi oído.
─No dirás nada, ¿verdad?
Asiento con el cuello, en tensión.
Exhala y siento su cálida respiración en el oído.
─Sabía que podrías guardar un secreto ─susurra─, porque tú también los tienes.

(Cal y Glory, Los indeseables, Maureen McGowan)

─Sí, agente ─Cal endereza los hombros─. No volverá a ocurrir.
El ejec se guarda de nuevo el ordenador en su cinturón.
─Haven es Seguridad. Acata las normas y procedimientos. Da buen ejemplo ─repite el agente, y baja la voz─: Sobre todo en una zona como ésta.

(Cal y agente, Los indeseables, Maureen McGowan)

─No basta con sentirlo.

(Glory, Los indeseables, Maureen McGowan)

(...) Exhausto, cae de rodillas, provocando otro fuerte rugido de la muchedumbre que le persigue a punto de alcanzarlo.
Debería sentirme mal por él, pero no es así. Me alivia saber que los trituradores tienen otra víctima a la que perseguir. A lo mejor tenemos tiempo de escapar mientras estén ocupados haciéndole trizas. Aunque sería muy ingenuo pensar que no nos han visto.

(Glory, Los indeseables, Maureen McGowan)





MOIRA YOUNG

Porque está todo planeado. Está todo pensado y eso.
La vida de todos los que ya han nacido.
La vida de todos los que tenen que nacer todavía.
Estaba todo escribido en las estrellas cuando empezó el mundo.
La hora de tu nacimiento, la hora de tu muerte y eso. Hasta la persona cómo vas a ser, buena o mala, digo.[...]
Antes, cuando padre era pequeño, se encontró con un viajero, un hombre que sabía un montón. Le aprendió a padre a leer las estrellas. Padre nunca dice qué ve en el cielo, pero se nota que lo pensa mucho. [...]
Y es que me gustaría mucho que padre nos decía lo que sabe.
Creo que a padre le gustaría no haber conocido a ese viajero.

(Corazón de Fuego, Moira Young)

Él es mi luz.
Yo soy su sombra.
Lugh brilla como el sol.
Por eso los hombres lo encontraron así de rápido, seguro.
Solo tenieron que seguir su luz.

(Corazón de Fuego, Moira Young)

1 comentario:

~Lectora Voraz~ dijo...

Qué citas tan bonitas. Sí que va a merecer la pena leer el libro...
Muy buena entrada ^^^

Besotes!!