Título: Más Bajo que el Infierno (2012).
Autor: Ylenia Espinosa.
Género: Drama.
Núm. Páginas: 5.
Tipo: Relato único (historia registrada).
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Web Autor: Sobre mis Páginas.
— ¿Cómo era la vida en el campo, señora Roth?
(La aludida sonríe hacia sí misma, en su cara se plasman los sentimientos de un pasado incierto, responde con ironía)
—Verá, señor Gerber…
— Oh, por favor, llámeme Demian.
—De acuerdo, pero sólo si usted me llama Astrid, me está haciendo sentir aún más mayor con tanto formalismo.
—De acuerdo, Astrid, ¿podría decirme cómo era la vida en el campo?
—A ver, Demian, todos, incluso los aludidos, hemos visto películas, reportajes, y demás material acerca de esa época, de la vida que a mí me tocó vivir. Hay algunas en las que yo he llegado a reír donde otros se han sorprendido. La vida allí queda pintada de una manera terrible, todos se sobrecogen al enterarse de las aberraciones a las que éramos sometidos. Pero lo único que puedo decirte, es que no sabes el terror que supone aquello si no lo has vivido.
La vida en el campo no era vida. Todo se basaba en sobrevivir al siguiente asalto, esperar no ser tú el próximo fusilado, o el próximo al que mandaran a esas duchas de las que nadie volvía. Todo se basaba en pasar desapercibido, y esperar no resultarle atractivo a ninguno de ellos, para que no decidieran divertirse partiéndote los huesos o los dientes.
Recuerdo el dolor, recuerdo la agonía de observar cómo los niños recogían el cadáver de sus propios padres y hermanos. Recuerdo a la gente royendo los huesos que alguno de ellos había olvidado tirar, o los que incluso los perros desechaban. Recuerdo los gritos, cada vez que uno de aquellos hombres sonreía con los ojos muy abiertos, aquello suponía horas y horas escuchando a las madres suplicar para que las mataran a ellas, no a sus hijos, algunas personas rogaban que las mataran ya, y yo prefería no mirar lo que les estaban haciendo.
Pero, lo que más recuerdo, es el olor a sangre. Un hedor putrefacto que me acompañaba en mi deambular, estaba incrustado en todas partes, formaba parte de nuestra vida, pero es algo a lo que nunca pude acostumbrarme, es curioso, ¿no? Llegado el momento, el sonido de los tiros consiguió ser parte de la rutina, ya no me sorprendía, pero el olor a sangre… Es algo que todavía llevo clavado en el pecho.
(La voz de Astrid se quiebra, hasta caer por la pendiente de la nostalgia. Observo cómo una lágrima resbala por su mejilla, mientras sus ojos están clavados en la jarra de agua que hay entre nosotros. Yo también empiezo a llorar)
—Cuéntanos algo de tu pasado, Astrid, ¿cómo era tu vida antes de vivir en el campo?
(Astrid sonríe, levanta la cabeza y me mira a los ojos. Por su expresión, parece que le he preguntado algo que ya debería saber, yo la miro con curiosidad)
—Es una pregunta que debería ser sencilla, pero no lo es. Verás, a penas recuerdo mi pasado antes del campo. Cuando tu mente ha vivido ese panorama tan de cerca, llegas a pensar en el infierno como algo maravilloso. Lo cierto es que ese periodo no se me presenta como una etapa de mi vida, sino como una vida completa. Estuve en Bergen-Belsen dos años, desde el cuarenta y tres hasta el final de la guerra. Dos años pueden parecer un periodo de tiempo muy largo en ese sitio, pero son mucho más. En dos años, envejecí diez.
Al igual que tu no puedes recordar tu vida anterior, yo no soy capaz de recordar detalles de la vida que tenía antes del campo. Sí, es cierto que sé que había empezado mi carrera de filosofía en la universidad, y que mi hermana se llamaba Hanna, en honor a mi abuela paterna, pero tanto mi mente, como la edad, han querido que algunos de los recuerdos de esa vida se fueran con muchos de los del campo, y yo casi lo prefiero.
(En este punto, soy yo el que se siente incapaz de plantear una pregunta larga. Los penetrantes ojos de Astrid son capaces de pintar, ayudados de sus precisas palabras, un infierno ante mí, e tal manera que la sala de entrevistas se ha convertido en un lugar donde el dolor y la agonía peregrinan a sus anchas. Aunque esa pregunta no entraba en lo planeado, la hago sin más)
—¿Recuerda cómo vinieron a buscarla, Astrid?
—Es algo que nunca olvidaré. Recuerdo que mi familia tuvo que esconderse cuando estalló la guerra, pero mejor empiezo desde más atrás.
En ese tiempo, mi familia a penas me daba información acerca de lo que sucedía en el mundo, es cierto que yo tenía muchos datos, y que algunas cosas que mis padres me contaban, no encajaban con lo que yo oía fuera, pero nunca le di importancia. Siempre quise estudiar filosofía, me había graduado, y tras el acto oficial en el Teatro Judío, les había comentado mis intenciones a mis padres. Al principio no lo entendieron, pues ambos, como directores de banco que habían sido, eran partidarios de que el estudio de la economía era la mejor salida a un buen futuro laboral. Pero poco a poco fueron comprendiendo mi aspiración.
Cuando empecé mis estudios, todo se precipitó, las noticias me aplastaban día a día, llevándome a una realidad que no me gustaba lo más mínimo, un mundo surrealista para el que yo no estaba preparada.
De un día para otro, mis padres recogieron todo signo de existencia de nuestra casa, y me llevaron a otro sitio, más oscuro y siniestro.
Nos mudamos al interior de la pared de la casa de un viejo compañero de trabajo de mi padre, no recuerdo su nombre.
Lo que sí que recuerdo, es que estuvimos esperando a que Hanna volviera muchas semanas, pero, con el tiempo, quedó claro que ella no iba a aparecer de repente por la puerta. No iba a girar la trampilla de la estantería y nos iba a echar la bronca por todo el tiempo que nos había estado buscando.
Actualmente no sé dónde está el cadáver de mi hermana, supongo que en alguna fosa común, donde ellos la tiraron.
Estuvimos viviendo en esa trampa para ratones durante cuatro largos años, cuatro de los mejores años de mi vida los pasé intentando no hacer el menor ruido, conociendo las noticias de lo que sucedía en el exterior por medio de los restos del periódico que conseguían pasarnos los legítimos alemanes que nos protegían. Ya en ese tiempo, vi la sangre derritiendo la nieve. Una sangre que aquellos uniformados decidieron derramar, miles y miles de libros, miles y miles de vidas perdidas en un futuro que una sola persona había decidido para el resto.
El día que vinieron a por nosotros está algo borroso en mi imprudente memoria, sólo recuerdo oír un gran golpe, comencé a temblar como una hoja, y miré con ojos asustados cómo aquellos hombres armados tiraban la estantería que nos escondía al suelo, cogían a mi madre del pelo, asesinaban a los señores que tan amablemente nos había ayudado, y nos llevaban al lugar más horrible que el propio hombre ha podido inventar.
(Ya no es sólo una lágrima la que recorre su rostro, Astrid llora ahora abiertamente. Yo también lo hago)
—¿Puedes contarnos alguna anécdota del campo, Astrid?
—Creo que hay miles y miles de experiencias que merecen ser contadas, miles y miles de personas a las que vi morir, personas que merecen ser honradas con cada minuto de esta entrevista, Demian.
Pero es verdad que hay algo que el tiempo y el odio no han conseguido borrar, y es la historia de Erich, mi queridísimo Erich. Fue la persona que más me ayudó a soportar aquella agonía, estoy segura que, de no haber sido por él, me habría vuelto loca.
Erich fue mi mejor amigo, mi primer amor. Hombres y mujeres estaban completamente separados en aquel lugar, pero siempre encontrábamos la manera de intercambiar dos palabras, una mirada o, incluso, un beso. Yo vivía esperando mi siguiente contacto con él, creo que es algo que me animó a querer sobrevivir siempre unas horas más.
Sé que te estás preguntando lo que pasó con Erich. Lo vi morir.
Ninguno de los que allí estábamos, apoyábamos la situación que se estaba viviendo, pero él fue la primera persona a la que vi protestar por ello, fue el primero que dijo en voz alta lo que todos llevábamos siglos pensando, por eso murió.
Es algo que no puedo recordar con claridad. Sé que le dispararon en el pecho. Yo salí de mi posición entre el resto y me arrodillé a su lado y le agarré de la mano hasta que se fue, pero no sin despedirme. Erich, antes de morir, me dedicó una mirada que llevo clavada en mí con fuego. Sus dos pozos grises me miraron, y dijo tantas cosas sin abrir la boca…
Aquellos últimos segundos con él supusieron que me metieran en el helado río como escarmiento, pero no sólo mereció la pena, sino que sé que aguanté dentro de aquellas frías agujas por él, porque esa mirada me dio fuerzas para resistir hasta que llegaron los salvadores.
(En este punto de la entrevista, todo el mundo llora, del seno el equipo que está a nuestro alrededor llegan los sollozos incontrolados de quien ha oído la pura , innegable y aterradora verdad. Lo más curioso, es que Astrid ya no llora, sino que me mira. Me está mirando de una forma que denota fuerza, una fuerza que lleva grabada en el alma desde que Erich le dedicó aquellos últimos instantes de su última experiencia. En esos momentos, Astrid me parece la mujer más fuerte del mundo)
—Bueno, Astrid, la entrevista termina aquí, si tienes algo que decir, adelante.
(Suspira)
—Quería daros las gracias a todos, por escuchar las vivencias de esta vieja loca.
(El comentario provoca risas que se ahogan en sollozos de quienes nos rodean, y de mí mismo)
—He de decir, que si algo he aprendido de todo lo que viví, es que el egoísmo del hombre no tiene límites. Sé que esta civilización se extinguirá algún día, y la causa principal será el desprecio que siente el hombre por sí mismo, somos la única especie que pone los medios para intentar asesinarse a sí misma, la única especie que hace distinciones entre nosotros mismos por razones de sexo, cultura o nacionalidad.
Y yo, entre otras muchas personas, tuve que vivir algo más bajo que el infierno, todo por el egoísmo de un solo hombre, un solo hombre que pidió ayuda a otros más egoístas aún.
Pero también he aprendido, que el hombre es un animal fuerte, que es capaz de sacar una fuerza inimaginable en los momentos más adversos.
Odio al hombre, pero lo amo.
Todo esto es lo que he intentado plasmar en mi libro, espero que lo disfrutéis.
(La sala entera es recorrida por una oleada de aplausos, todos los levantamos, nos giramos hacia ella y demostramos toda la admiración que somos capaces. Yo no lo aguanto, me acerco a Astrid y la abrazo. Ella me devuelve el abrazo y me da palmadas en la espalda, intentando consolarme)
Astrid es ahora, años después, un recuerdo que, ni la edad, ni el odio, han conseguido arrebatarme.
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