Título: La Nieve es Blanca (2009).
Autor: Rethis.
Género: Fantasía.
Núm. Páginas: 3-4.
Tipo: Relato único.
Descarga: Aquí.
Web Autor: Red Helling.
No era invierno, pero en aquella montaña siempre había nieve. Era una zona cercana a Alaska, al norte de Canadá, fría y blanca.
–Me encanta la nieve –dijo Jean.
–¿Cuánto hacía que no íbamos de vacaciones a un lugar como este?
–Mucho tiempo. Ya ni me acordaba de lo fría que era. Es como un congelador gigante. Y hablando de comida…
–Para ti todo es hablar de comida.
–¿No tienes hambre?
–Es un poco pronto. ¿Por qué no disfrutamos un ratito más del paisaje nevado?
–Paul, déjame decirte que eres un verdadero fastidio.
Jean y Paul eran dos jóvenes artistas de Estados Unidos. Ella era una chica pelirroja con un pelo larguísimo recogido en una coleta y una piel muy pálida llena de pecas. Él era el menor de los hijos de una familia de origen ruso que había emigrado a América hacía muchos años, ni recordaba cuando, pero que conservaba los rasgos de su tierra: pelo rubio, piel clara y ojos azules.
En su ciudad tenían un montón de amigos y todos estaban de acuerdo en que hacían una pareja estupenda, además de que donde iba Paul, iba Jean, y viceversa. Como ya he dicho, eran una pareja adorable.
Ella era profesora en una academia de arte, no pagaban del todo bien, pero sin duda alguna le iba mejor que a Paul. Él llevaba una galería, normalmente exponían ambos sus cuadros, pero todo el peso de la fama cargaba sobre los hombros de Paul, que en todo caso era poco.
Sin embargo ahora apenas recordaban a que se dedicaban; estaban de vacaciones en una pequeña estación de esquí. Un negocio familiar con poquísimos huéspedes en una zona muy tranquila. Era increíble la suerte que habían tenido al descubrir aquel lugar.
Pasearon alejados de la cabaña, donde la nieve estaba aún inmaculada. Les hacía gracia pensar que ellos serían quienes estropearían aquella bonita estampa.
El reloj marcaba las seis cuando volvieron a la cabaña, aunque hacía rato que era de noche. Podía decirse que apenas si había sido de día durante unas pocas horas. Pero las seis era la hora de la cena. La familia que llevaba el negocio estaba poniendo una mesa muy bonita, y el menú era bastante prometedor.
Mientras la comida acababa de servirse los (pocos) huéspedes esperaban en la salita de estar. Era un lugar muy acogedor; con una chimenea antigua donde las llamas crepitaban, unos sofás con cojines bordados, mesitas de té con cubremesas de puntilla y cortinas llenas de caléndulas.
Jean miraba con curiosidad a su alrededor, cuando de repente sonrió y agarrando de la mano a Paul, se inclinó hacia él.
–¡Son ellos, son ellos, están aquí! –le susurró emocionada.
Paul levantó la cabeza y miró por encima del hombro. Al fondo de la sala pudo ver a dos chicos que parecían salidos de una revista de moda, tenían el perfil idóneo para ser ídolos de masa de chiquillas adolescentes. Lo único es que Jean no era ninguna chiquilla, aunque parecía igual de emocionada.
–¡Diles algo! –suplicó Jean.
–Bueno, ya que estamos aquí… –sonrió despacio–. Iré a pedirles fuego.
–¿Disculpa?, tú no fumas.
–No, pero es un clásico, y los clásicos hay que mantenerlos –contestó, sacando un cigarro.
–¿Ah, sí? ¿Y desde cuando empleas ese truco?
–¿Cómo crees que encandilé a tu padre?
Jean se rió bajito mientras golpeaba a su chico en el hombro.
–¿Cuántos años tiene esa cajetilla?
–Qué se yo, quizás diez o veinte. Pero está de moda desde los cincuenta, ¿o no has visto todas esas películas?
–Sabes que me encanta el cine.
Con el pitillo en la mano Paul se acercó a los dos muchachos. Jean observó la escena desde lejos, sentada en un sillón, simulando leer una revista mientras miraba por encima de ella hacía el trío que estaba al otro lado de la sala.
No escuchó la conversación, pero vio a Paul con el pitillo en la boca. Sabía fumar, a pesar de que jamás le había visto hacerlo. Se moría de ganas por saber de que hablaban, pero hundió su cara aún más en la revista cuando vio a Paul señalarla y a los dos muchachos mirar hacia donde estaba ella.
–¡Eh, Jean! ¡Ven a saludar a John y Marco!
Al parecer la cosa iba bien. Dejó la revista a un lado y se dirigió hacia los chicos.
–¡Lo sabía! –exclamó uno de ellos, John o Marco–. Sois los chicos de la galería. No estaba muy seguro al ver a tu amigo, pero jamás olvido la cara de una chica. Y menos una tan guapa como tú.
–Que sorpresa, eso mismo le estaba diciendo a Paul hace un momento, ¿verdad, Paul? Pero no estaba segura y no me atrevía a saludar.
–Cenaréis con nosotros, ¿verdad? –afirmó el otro chico.
–¡Claro que sí!
–Sólo espero que no tarden mucho más, me rugen las tripas.
–Uy, si pudieras escuchar las mías –bromeó Jean–. ¿Por qué no damos un paseo mientras esperamos? La estación debe estar preciosa ahora de noche con tanta nieve.
–No creo que podamos ver mucha nieve a estas horas –la contradijo Paul.
–¡No! Da igual, paseemos. Apuesto a que Jean lleva razón.
En realidad Paul llevaba razón, pero por suerte en aquella estación de esquí había algunas farolas. Pocas y distanciadas entre sí, así que en realidad no había demasiada luz, pero suficiente como para distinguir donde pisaban.
–Ha sido una estupenda casualidad encontrarnos aquí, ¿verdad? –comentó uno de los muchachos–. No hay mucha gente que conozca este sitio. Nosotros lo conocemos por una tía mía, que es de Canadá y de pequeña vivió en Dawson. ¿Y vosotros?
–Oh, bueno, somos artistas, nos encantan los lugares solitarios. Solemos preguntar a todo el mundo por lugares como este y un amigo nos habló de él. La verdad es que es una casualidad haber coincidido aquí.
–Sin duda alguna vuestro amigo acertó de pleno.
Paul sonrió para sus adentros, porque la verdad es que la historia no era exactamente así. Jean tenía, por así decirlo, un pequeño defecto, y es que, de vez en cuando se obsesiona con determinadas personas. Las sigue, las investiga, donde viven, en que trabajan, que comen, que les gusta, incluso, donde pasan las vacaciones.
Estos dos chicos tuvieron la mala fortuna de ser uno de sus objetivos. Durante un tiempo fue bastante obsesivo al tiempo que agotador. Averiguó muchas cosas sobre ellos, por supuesto.
Sabía que John Christopher Witman trabajaba a tiempo parcial en una tienda de discos mientras esperaba que alguien se fijara en las canciones que componía. Por otro lado, Marco John Brats estudiaba mecánica en un instituto poco conocido de la ciudad. Ambos habían sido compañeros de colegio y amigos de la infancia. Pero lo que importaba es que ahora estaban allí. Ese era el dato más relevante que había averiguado sobre ellos.
–Tengo hambre –se quejó Jean por centésima vez.
Había comenzado a nevar copiosamente y sus pasos les habían alejado bastante de la cabaña. Seguramente dentro ya estarían cenando y eso a Jean le daba una rabia tremenda.
–Sí, ya es la hora de la cena –señaló Paul.
–Entonces… –comenzó a decir uno de los chicos, Marco o John.
No pudo acabar la frase. Como ya se ha dicho, Jean y Paul tenían hambre. También tenían colmillos, odiaban la luz del sol y adoraban… la nieve, por ejemplo.
–Es… poético, ¿no crees?
–Así es. ¿Quieres que nos quedemos a verlo?
La pareja se sentó frente a los dos muchachos, que tumbados en el suelo comenzaban a pintar un cuadro color rojo sobre la inmaculada nieve. Jean se acurrucó en el hombro de Paul, mientras repetía:
–Te dije que me encantaba la nieve.
7 comentarios:
Que genial *______________* ¡Me encanta! Creo que me volveré asidua a esta sección jajajaja
Ainsss k guay!!! Yo participare seguro^^
*___________* Me va a encantar la sección, quizás algún día me anime xD
Besitos<3
Me ha encantado el relato!! Y la sección ha quedado muy bien. Veré de enviarte un mail cuando me desocupe un poco de la facu.
Besos.
¡Qué bonito! Me ha encantado *o* Espero que participen muchos en la sección.
Saludos ~~
Muy bonito ^^ Y esperando nuevos relatos de esta sección. Y espero, si me organizo, que algún relato sea mío =^-^=
Saludos!!!!!=^-^=
Que ganas de ver el mío publicado, no me puedo esperar :D
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