Título: Lágrimas de Escarcha (2007, 2012 revisión)
Autor: Iago Prado Martínez.
Género: Fábula/Fantasía.
Núm. Páginas: 3.
Tipo: Relato único.
Descarga: Aquí.
Web Autor: La Repisa de Iago.
"¿Por qué nieva?" Eso le preguntó un niño a su abuela en su desvelo, y entonces es cuando le narra la fábula que su propia abuela le contó en su niñez.
Inspirada del propio autor en su momento, improvisando un cuento para dormir a un niño desvelado tiempo atrás y que decidió rescatarlo, plasmándolo y definirlo con palabras escritas.
“¿Por qué nieva?” Eso fue lo que me preguntó una vez mi nieto, y así es como nació esta fábula...
Hace mucho tiempo, hubo un campesino que regresaba a su casa después de una dura jornada de trabajo labrando sus tierras, y fue entonces cuando la vio por primera vez. Una mujer hermosa, vestida con plata y seda, piel blanca como la leche y ojos del color del cielo de verano. Sus cabellos oscuros brillaban a la luz del sol y su cuerpo desprendía el elegante y suave aroma de un rosal. Esa joven no mayor de la veintena, más o menos de la misma edad que aquel que la encontró, se hallaba inconsciente y agonizante en el suelo, extenuada por una fuerte fatiga y algunas heridas, desfallecida por el hambre, además de atormentada por una naciente fiebre. El campesino no tardó en percatarse de que en uno de los tobillos de la joven había una mordedura de serpiente, así como que el veneno que le había inoculado con sus colmillos consumía su vida paulatinamente.
Sin dudarlo un segundo, extrajo el veneno del cuerpo de la joven, pero ella estaba tan débil que no recuperó el conocimiento... no al menos en ese lugar ni en esa situación. Por ese motivo él se la llevó a su humilde hogar, cuidándola y tratándolo con todos los medios y conocimientos que estaban a su alcanza, velándola día y noche, hasta el punto de desatender sus jornadas en el campo e incluso descuidando su propia salud.
Transcurrieron cuatro días y tres noches, en las que ella luchaba debatiéndose constantemente en un tira y afloja entre la vida y la muerte, pero su propio deseo de vivir y los precisos cuidados y atenciones del campesino hicieron que ella ganase la batalla para por fin despertar sana y salva, libre de todo peligro. El campesino se sintió entonces aliviado.
Entonces pasaron un par de meses desde la recuperación de la misteriosa mujer, pero aún seguía viviendo en casa del campesino, llevando una vida igual a la de éste, ayudándole en todo lo que podía; pero pocas lugareñas poseían tal belleza singular. Ambos eran felices y no tardó en nacer el amor entre ellos; ella era feliz en esa sencilla vida con ese hombre tan normal pero a su vez tan especial para sus claros ojos; él era igual de dichoso, a pesar de que ella se guardaba todo lo que tuviese relación con su misterioso pasado, pero no trató lo más mínimo de sonsacárselo, respetando su decisión, importándole únicamente el presente y el futuro que tenían por delante, mientras ella estuviese a su lado siempre. Se auguraba un final feliz para ellos... pero no fue así.
Una mañana en la que ambos iban al campo a trabajar, terminando de desayunar, irrumpió en su casa una decena de hombres fornidos, vestidos con armaduras plateadas y ropajes de un corte similar a los que lucía la joven aquella tarde de su primer encuentro. Los misteriosos allanadores a ese humilde hogar derribaron al pobre campesino, noqueándole hasta que éste acabo abatido en el suelo de rodillas y encorvado, llevándose sendas manos al vientre por el agudísimo dolor que soportaba por los repetidos golpes que le dedicaron sin el menor miramiento. La amada del campesino trató de socorrerlo, pero no tardó en ser llevada en contra de su voluntad; fue entonces cuando la verdad cayó por su propio peso, agudizando más el dolor que recomía las entrañas del campesino, quién por fin descubrió el velado y receloso secreto de aquella con la que decidió pasar el resto de su vida. Una forma poco agradable y propicia para desentrañar en ese misterioso pasado.
Su amada resultó ser la hija de un poderoso noble que moraba en la montaña más alta del mundo, donde las nubes eran lo más parecido al mar, y ella se fugó de su hogar insatisfecha de la vida de ese lugar, sin importar el complicado camino que tenía por delante, deseando conocer el mundo y buscar otras gentes, especialmente esa persona que jamás pudo encontrar en su tierra natal que hiciese palpitar con fuerza su corazón.
Ambos amantes no deseaban separarse, ella no quería volver con su familia y por ello se la llevaron por la fuerza, sin que nada ni nadie pudiese impedirlo. Pero el campesino no estaba dispuesto a perder lo que más le importaba de su vida, por lo tanto les siguió a paso demorado por las heridas recibidas. Pero llegar hasta su amada no le sería tan sencillo, pues quienes se la llevaron contaban con corceles y medios para largos viajes, él en cambio tuvo que ir a pie, sin tiempo de reposo alguno para recuperarse, viajando días y noches sin dormir, ni descansar, ni alimentarse.
Poco a poco sus cansados y doloridos pies se encauzaron hacia el norte, siguiendo el rastro que dejaban los soldados en su raudo caminar. Vientos muchos más fríos empezaron a soplar con poderío, calándose en sus huesos y en su alma. Las huellas de quienes se llevaron a su amada llegaron al pie de una montaña cuya cima era imposible de atisbar con la mirada, principalmente por las espesas nubes que perforaba ese gran coloso de piedra: esa era la tierra natal de su amor, no cabía duda.
Escaló con manos y pies desnudos. A cada metro que subía su cuerpo se arañaba con los filos de la pared rocosa que agravaban más sus aún no recuperadas heridas. En ocasiones no lograba agarrarse bien y caía sin remedio, pero logrando aferrarse de nuevo metros más abajo para no estrellarse contra el suelo, especialmente cuando ya estaba tan alto que le era imposible calcular los interminables metros que le distaba del pie de la montaña. Pasaron más días, no supo ya el pobre campesino cuanto había subido, ni cuantos días llevaba escalando, ni cuantas noches sin dormir se mantuvo en vela aferrado a la pared rocosa como si fuese una insistente lapa, sin importar lo que le estaba resintiéndole el hambre, la sed y el dolor. Seguía luchando por ella, por la mujer que amaba, porque lo único que tenía bien claro y seguro fue que no iba a volver sólo a casa, se juró y perjuró que estarían siempre juntos durante el resto de sus vidas, que se la llevaría consigo en su regreso.
Ya empezaba a faltarle el oxígeno por la altura cuando fue dejando atrás las nubes más altas. Su vista se nublaba, no tenía fuerzas, su espíritu era invencible pero su cuerpo, como el de cualquier persona, tenía sus límites y mucho tiempo atrás había sobrepasado la frontera de lo humana y mortalmente soportar. Llegar a la cumbre resultaba un auténtico milagro producto de su fe, perseverancia y devoción. Entonces, cuando todo parecía perdido, una leve esperanza brotó en su corazón cuando su mano tocó lo que debía ser la cima, sin más piedra en vertical que palpar, sino horizontal. Había llegado a su destino, subiendo con respiración difícil y sin fuerzas, desplomándose en la seguridad del borde del filo por el cual había escalado. Entonces acumuló el esfuerzo suficiente para otear el lugar al que acababa de llegar.
Le pareció ver un gran palacio, jardines… y lo más hermoso de la Tierra. Su amada estaba allí, corriendo en su búsqueda, con mirada triste, semblante más pálido aún que de costumbre y algo desnutrida, pues ella misma perdió el apetito y las ganas de vivir sin su amado a su vera. Los ojos color de cielo de la noble damisela, apagados por la tristeza, brillaron de felicidad y gratísima sorpresa al ver al campesino en el borde del barranco, y una vez al fin a su lado feliz, le besó y abrazó con todo el regocijo de su reavivado y desbocado corazón.
Pero esa felicidad se esfumó al ver como los ojos de su amado se cerraban, con un “te amo” susurrado saliendo de sus temblorosos labios. Aquel amable campesino murió, pero con dicha, porque había vuelto con ella, y el poder verla al menos una vez más y el hecho de dar su último suspiro entre sus brazos hicieron que fuese la más dulce de las muertes. La joven doncella del monte sintió entonces mucho frío revistiendo su cálido corazón ahora vacío de emociones externas; un corazón helado por fuera por haberse quedado sola, pero cálido por dentro por sus sentimientos por su campesino del alma, un calor que nunca moriría pues su amor era verdadero y grande.
Sin ganas de seguir viviendo, la joven empezó a llorar, y de lo congelado que tenía su corazón las lágrimas se enfriaron y se cuajaron, convirtiéndose en el primer copo de nieve. Y siguió llorando sin consuelo, nada ni nadie podía hacerlo cesar, y el viento esparcía por el mundo sus lágrimas congeladas.
Y así fue como nació la nieve. Dicen que aún esa doncella llora, abrazada el incorrupto cuerpo de su amado campesino, esparciendo sus lágrimas por el mundo, que no son más que el legado de su amor.
1 comentario:
Normally I do not learn article on blogs, however I would
like to
say that this write-up very compelled me to try and do so!
Your
writing style has been surprised me. Thanks, very great article.
Also visit my site ranabhola.blogspot.com
Publicar un comentario