Título: Aviones de Papel (Abril 2013)
Autor: Iago Prado Martínez.
Género: Cuento.
Núm. Páginas: 5.
Tipo: Relato único.
Descarga: Aquí.
Web Autor: La Repisa de Iago.
Aburrido, muy aburrido, así fue como se sintió el pequeño Damián en esa tarde de domingo tan tranquila y monótona, demasiado tranquila y monótona en ese pueblecito que le vio nacer, demasiado tranquila y monótona para un niño de su edad.
Ya hacía un rato bien largo que terminaron de comer. Su padre estaba sentado en su sillón, viendo en la televisión “uno de esos programas para mayores que no entendía ni le interesaban”, como diría Damián. El pequeño de la casa se quedó en la mesa después de que los tres la despejasen de platos, cubiertos y mantel; estaba sentado en su silla, balanceando sus pies que aún no tocaban el suelo, y empezó a garabatear con sus ceras de colores en uno de los folios que le había dado su padre. Desde la cocina a su espalda venía el sonido del agua saliendo del grifo y el frotar del estropajo jabonoso, junto al canturreo ameno de su madre.
Empezó a dar formas distintas con diferentes colores, pero eso no le parecía para nada divertido esa tarde. Todavía aburrido y además un poco frustrado de que no le saliese un dibujo bonito, hizo ruidosamente una bola con el papel y la tiró al suelo sin contener un resoplido antes de quedarse en silencio, con los pies ahora quietos, los codos hincados sobre la mesa y las manos en sus mejillas, con los ojos fijos en los folios y los colores, pero ya había perdido todo ánimo de seguir jugando con ellos.
Su padre desvió la vista hacia su niño, comprobando con claridad su ánimo. Con calma apagó la televisión y se levantó, encaminándose hacia la mesa para ocupar una silla, para finalmente sentarse a su lado.
-¿Qué te pasa, Damián?
-Me aburro, papá -contestó con voz pesarosa, sus carrillos aún estaban apoyados en las palmas de sus manos-. Y no me sale ningún dibujo.
-Pero no está bien que tires las cosas al suelo sólo por eso.
El padre de Damián se agachó sin levantarse de la silla tras ese tajante pero amable sermón lleno de cariño hacia él, recogiendo del suelo la bola de papel. A continuación, mientras el pequeño lo miraba con curioso interés, lo deslió y como mejor pudo lo alisó para que estuviese más o menos como antes de fuese arrugado. Entonces, con tranquilidad, hizo una doblez aquí y allá, luego así y asá, mientras su esposa terminaba de secar los cacharros y los guardaba en la alacena, a su vez que el niño no perdía el menor detalle de la precisión con la que trabajaban los dedos de su padre a la hora de manipular el papel.
Al poco rato, Damián se quedó con la boca abierta cuando aquel folio ajado se había convertido en un sencillo pero laborioso avión. A pesar de estar un tanto arrugado por más que las fuertes y firmes manos de su padre lo alisasen, a pesar de los garabatos sobre su blancura original, la forma que le había dado era razón de deleite y asombro para el chiquillo.
-¡Qué chuli, papá!
-¿Te gusta? Pues aún hay que darle los toques finales. Venga, cojamos tus ceras y empecemos a colorearlo.
Damián asintió con un enérgico movimiento de cabeza y puso su estuche de colores entre ambos. Uno cogió la azul celeste para usarla sobre la parte de arriba de una de las alas, el otro una de vivo tono amarillo chillón para hacer lo mismo con la del lado opuesto. Un costado del cuerpo del avión fue pintado por el padre con un color idéntico al de la berenjena, mientras que el hijo eligió un verde hierba para el otro. Se esmeraron en no dejar ni un solo color marginado a la hora de aportar sus huellas sobre aquel objeto de papel.
Si cuando se le dio forma le resultó bonito, tras colorearlo sin dejar el menos recoveco en el que utilizar las ceras, resultó fantástico para el pequeño Damián; incluso a pesar de que aún se apreciaban trazos del frustrado dibujo. No quedó la menor pizca de ese aburrimiento de antes en sus ojos, y estuvo tan absorto en el avión de papel que no se enteró que su madre había terminado lo que estuvo haciendo y que en ese momento se encontraba leyendo una novela en ese rinconcito en el que le gustaba perderse entre páginas en los ratitos que le era posible. Tan atento estaba Damián de aquel papel transformado con técnicas de origami, que no se percató lo más mínimo de las sonrisas y las miradas idénticas llenas de ternura en esas dos personas más importantes en su tierna e inocente edad.
-¡Ahora sí que está chuli, chuli, chuli, papá!
-Pero aún no hemos terminado, Damián: ¡Vamos a hacerlo volar tú y yo juntos!
De la mano de su padre, con la sensación de protección, guía y cariño que siempre sentía cuando se perdía en ella la suya tan pequeña en comparación, salieron al patio de su casa, llevando el pintoresco avión en la otra con precaución y fervor infantiles. La emoción que rezumada el hijo por todos los poros de su piel parecía posible de pillar con las yemas de los dedos. Su sonrisa de dientes de leche, entre los cuales había un pequeño hueco donde antes había uno que se le había caído y que empezaba a crecerle uno verdadero, fue toda una evidencia de inocencia e ilusión que contagió a su padre, quien sintió como salía a flote desde lo más hondo de su pecho ese niño ya casi olvidado y perdido que fuese en el pasado.
Damián no apartó su vista de él, sin pestañear a penas, viéndole como se remangaba la camisa, sintiendo como crecían sus ganas de que le enseñase como volar aquel avioncito.
-Bueno, allá vamos. ¿Me lo pasas un momento? -pidió el adulto mientras se agachaba para estar a una altura aproximada a la de su hijo, depositando éste el objeto requerido en la palma de su mano-. Si lo lanzas demasiado despacio no cogerá impulso, pero tampoco es bueno si pones fuerza de más. Calcula bien cuándo soltarlo, y siempre con determinación.
El niño asentía con cada explicación entendida, sin perder detalle de los movimientos de la mano y la muñeca que sostenían el avión. Para sus ojos y desde su inocencia pueril, no había adulto con mayor sabiduría que su padre, siempre le ayudaba con las tareas del cole y sabía muchas cosas; y aunque la señorita Juana era una profesora muy buena enseñando y tan cariñosa con los niños, con él aprendía mejor por increíble que pudiese parecer.
-¿Entonces tengo que hacerlo así? -preguntó sosteniendo un avión imaginario, imitando lo más parecido posible los gestos que había visto-. ¿Lo estoy haciendo bien?
-Sí, lo estás haciendo muy bien. Pero si no te sale a la primera no te desanimes, que no es fácil hacerlo volar a la perfección sin cogerle antes algo de práctica, te lo digo yo.
-¿Tú, papá? -tal fue su sorpresa llena de incredulidad que no se percató de la sonrisa que había robado de los labios del adulto que estaba a su lado-. Pero si todo lo haces bien y eres mejor que cualquiera.
-Nadie nace sabiendo, hijo. Yo también fui un niño como tú y he tenido que aprender mucho, y si te lo propones llegarás a saber tanto o más que yo.
Ser más listo y hábil que su padre le parecía un imposible que a su vez le llenaba de orgullo, por eso Damián volcó más sus sentidos para aprender a volar el avión de papel.
-¡Ah, se me olvidaba! -saltó de pronto la voz de su padre, como si el chiquillo que fue muchos años atrás le regañase por obviar algo sumamente importante-. ¡Nunca nos debe faltar el toque mágico para que vuele mejor!
Su hijo se rió un poco al verle echar el aliento a la punta del morro del colorido y transformado folio, como cuando él mismo hacía a veces en invierno para empañar el cristal de la ventana para hacer un pequeño garabato o escribir su propio nombre antes de que se borrase el vaho. Sin embargo, le pareció un ritual ancestral, como si fuese tan importante como los preparativos que se hacían antes del despegue de uno de verdad; así que memorizó y tomo buena nota en su cabecita de ese toque mágico tan indispensable.
-Y una vez que estamos listos, se lanza sin miedo ni dudas. Fíjate bien, Damián.
Repitió los gestos de muñeca y el modo de dar el impulso justo necesario para que realizase un vuelo perfecto. Tras varios amagos de ensayo y cálculo, los dedos índice y pulgar que lo sostenían se afloraron para darle libertad, para dejarlo volar.
¡Y voló, vaya que si voló!
La letra “o” que formaron los labios de Damián fue perfecta y redonda, pero no tardó en transformarse en una sonrisa de oreja a oreja. Le pareció increíble y maravilloso.
Un pequeño arco iris aerodinámico que trazó una línea larga y bastante recta desde un extremo del patio al otro, antes de aterrizar con suave majestuosidad. El hijo no salía de su fascinación, mientras que el padre ocultaba en su mirada tanto el sentimiento de dicha por el deleite del pequeño como por la satisfacción personal de que aún recordase cómo volar un avión de papel después de una eternidad sin hacerlo.
Damián recorrió el patio a grandes zancadas, todo lo grandes que le permitieron sus pies pequeños, movido por la entusiasta presura de recogerlo, para después regresar al lado de su padre entre jadeos y una sonrisa perenne. Ahora le tocaba lanzarlo a él, sintiendo en su tripilla el retozar de los nervios y la emoción como dos cachorritos que juegan de manera cándida y obstinada. Primero unos pocos consejos que le recordó su padre junto a palabras alentadoras que le ayudaron a relajarse, y después la hora de la verdad. Respiró muy hondo antes de hacerlo para armarse de coraje.
Su primer intento no fue gran cosa, poco más de metro y medio en una trayectoria vacilante, pero no se desanimó lo más mínimo; su padre, que no tardó en felicitarle de corazón por ese intento bastante bueno para estar empezando, ya le había advertido que no siempre salía tan bien a la primera. Sin el menor desaliento en su pecho, recogió el avión de papel sin perder un solo segundo, dispuesto a seguir intentándolo hasta hacer un vuelo a la altura de aquel que había presenciado antes del suyo.
Probó una vez más, y después otra, y otra, y otra más, con cada una de ellas fue mejorando un poco y eso le animó a seguir haciéndolo sin perder tozudez ni voluntad. Damián volcaba todo lo mejor de sí mismo, recordando lo que le había enseñado su padre, el cual le dedicaba palabras llenas de aplomo mientras le recordaba cada uno de sus consejos, haciendo especial hincapié ese toque mágico. No daría su brazo a torcer, manteniendo toda la paciencia y la perseverancia que le era posible a un niño de su edad. “Lo voy a lograr”, se decía sin parar y con muchísima tozudez en su fuero interno.
Sin darse cuenta, el pequeño se estaba divirtiendo a raudales; a partir de ese reto que se había forjado, a raíz de ese folio transformado que poco tiempo antes arrugó con enojada saña. No parecía el mismo que tanto se aburría dentro de casa. Y tras incontables intentos...
-¡Mira, papá, ya lo hago volar casi tan bien como tú!
-¿Ves que todo es aprender y esforzarse? Ahora te enseñaré algunos truquitos.
Damián no dejaba de sonreír por su logro, cientos de caballos parecían galopar en tropel por como le martilleaba el corazón en su pecho. No fue consciente de cómo fue transcurriendo la tarde haciendo volar el avión de papel, aprendiendo a que virase un poco en pleno recorrido o que llegase a determinado punto sin quedarse ni corto ni largo en el aterrizaje. Lo mejor de todo fue que no se cansaba lo más mínimo de arrojarlo y recogerlo a cada instante, incluso se planteó enterrar lo de ser policía, profesión que se le antojó esa semana que quería ser de mayor, para cambiarla por la de piloto aéreo.
Cuando su madre apareció ante ellos con una bandeja donde traía su merienda, el pequeño de la casa no pudo creerse que hubiese estado casi toda la tarde jugando con lo que tenía en la mano. Damián dejó a un lado el objeto responsable de su entretenimiento, pero teniéndolo bien cerca y sin perderlo de vista mientras estaba sentado junto a la mesita que había en el patio, disfrutando del pequeño bocadillo que le ayudaría a recuperar un poco sus energías quemadas con tanta actividad física. Su padre se sentó a su lado, disfrutando de la alegría de ver a su hijo tan contento y animado.
-¿Has visto, Damián? -la pregunta del cabeza de familia, pronunciada con tranquilidad, atrajo la atención total del niño que zampaba a dos carrillos-. Donde veías aburrimiento, se escondía la diversión. Donde sólo veías un gurruño inservible, había un juguete que modelar. Todo está en echarle imaginación a las cosas y a la vida.
»Nunca lo olvides, Damián.
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